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Riesgo de las bebidas energéticas en niños y adolescentes

El 68% de los adolescentes europeos entre los 10 y los 18 años consume bebidas energéticas y 7 de cada 10 consumidores de estas bebidas son adolescentes. Las bebidas energéticas están teniendo un gran auge entre los jóvenes, que las toman como si fuera un simple refresco  y no lo son.

Estas alarmantes cifras han llevado a numerosos expertos en salud y nutrición a plantearse la necesidad de concienciación de las familias sobre el consumo que hacen sus hijos, así como a promover campañas en las redes en favor de la limitación de la edad de acceso a las bebidas energéticas.

Los menores de 18 años son especialmente vulnerables a los riesgos que conllevan. Tienen un volumen corporal más pequeño y unas rutas metabólicas no tan desarrolladas. Por eso, son más sensibles.

Además de altas dosis de cafeína y azúcar (en algunas, el azúcar ha sido sustituido por edulcorantes sintéticos como la sucralosa o el acesulfamo), muchas llevan mezclas de sustancias como ginseng, guaraná, ginko biloba, carnitina, ácido málico, taurina, glucoronolactona, niacina, vitamina B6, vitamina B12, citrato de sodio, benzoato potásico, ácido pantoténico, ácido fosfórico, inositol, extracto de café verde, etc.

Como el lenguaje es una herramienta poderosa, la industria alimentaria lo ha aprovechado para denominar y describir a estos productos. Desde su irrupción en el mercado, las ha llamado «bebidas energéticas», un nombre que sugiere fuerza, vitalidad y aumento del rendimiento físico y mental en quienes las toman. Por ello sería más conveniente usar la denominación «bebidas excitantes» para que la población tenga claro que no tienen -ni de lejos- un perfil que favorezca la salud corporal. Por el contrario, su consumo se ha asociado a problemas como los siguientes:

Trastornos del ritmo cardíaco (taquicardia, arritmias, palpitaciones…) Un estudio de 2015 liderado por el investigador español Fabián Sanchis-Gomar relacionaba el consumo de bebidas energéticas en adolescentes con el aumento de episodios de muerte súbita

Alteraciones nerviosas: ansiedad, insomnio, irritabilidad, psicosis, agresividad, tendencia a conductas de riesgo, baja autoestima, mala calidad del sueño… Todo esto puede redundar en un bajo rendimiento escolar y académico.

Efectos sobre el sistema endocrino: incremento del riesgo de diabetes, sobrepeso y obesidad, por las altas dosis de azúcar que muchas de ellas contienen (lo que implica también un aumento de caries y supone costosas intervenciones en el dentista).

Otros síntomas frecuentes: dolor de pecho, vómitos, convulsiones, hipertensión, empeoramiento de un asma preexistente…

Interacciones con medicamentos que se estén tomando por cualquier patología aguda o crónica.

Si su consumo se asocia a la ingesta de alcohol, algo bastante habitual en adolescentes y jóvenes, el peligro de desarrollar síntomas y enfermedades como las citadas crece de manera exponencial

Muchas veces en la etiqueta pone no aconsejada en niños. Es un  truco que usan muchos fabricantes al  poner la palabra «niño» en la advertencia obligatoria. De esta manera cumplen la legislación, pues «niño» es todo ser humano menor de 18 años, según la Convención sobre los Derechos del Niño (2/9/1990), la Organización Mundial de la Salud y la mayoría de las normas jurídicas internacionales. Sin embargo, en el lenguaje común y en las conversaciones habituales, lo que todo el mundo entiende es que la palabra «niño» solo llega hasta los 10-12 años, con lo que se da a entender que puede ser aceptable su consumo por encima de esta edad.

No es lo mismo bebidas energéticas que bebidas isotónicas o deportivas.

Bebidas energéticas

 

 

 

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