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Hablemos de duelo

La muerte de un ser querido es considerada como el acontecimiento vital mas estresante que puede afrontar el ser humano.

Muchas son las dudas que nos sobrevienen a familiares, amigos, sanitarios, profesores, en el momento en que nos planteamos hablar y atender a los niños  cuando fallece una persona de su entorno. La guía que se adjunta trata de dar respuesta a alguna de estas cuestiones.

Los adultos nos angustiamos mucho cuando vemos a los niños enfrentarse a la idea de la muerte y tratamos rápidamente de amortiguar sus efectos. Por su parte, los niños, al percibir nuestra angustia, se dan cuenta de que es mejor no preguntar, lo que no significa que su deseo de saber quede calmado, sino todo lo contrario: su inquietud puede aumentar al ver la incomodidad e intranquilidad que sus preguntas generan en el adulto.

Ante la muerte de un familiar, los niños y adolescentes -al igual que los adultos- se preguntan a veces con cierta angustia por su futuro. Los niños se muestran inquietos sobre cómo serán ahora sus vidas y si los cambios que van a producirse trastocarán en algo sus actividades, sus juegos, su cumpleaños o sus vacaciones. Es importante entender que lo que les mueve a preguntar por estas cosas es el temor a que su mundo se desmorone. Es fundamental, en la medida de lo posible, hablarles y calmarles acerca de la continuidad de sus vidas: sus amigos, sus actividades, sus rutinas, sus juegos, sus cumpleaños… van a seguir estando como siempre. Se trata de ayudarles a que sientan seguro su mundo para que puedan elaborar adecuadamente su duelo, sin complicarlo con sentimientos añadidos de incertidumbre e intranquilidad por su situación futura y su estabilidad emocional.

Otra cosa que los niños, adolescentes y adultos necesitamos compartir y escuchar de los demás es que la persona que ha fallecido siempre va a estar en nuestro corazón, en nuestros recuerdos y en nuestra memoria, es decir: se trata de poder ayudar a los niños con la angustia que les crea sentir que pueden olvidar a la persona fallecida o que ésta desaparezca de su vida emocional. Hablar de que siempre vamos a recordarla, contar cosas sobre ella, tener objetos suyos o fotos de recuerdo, etc., ayuda a que los niños no confundan la muerte con el olvido o la desaparición total.

Recordar a la persona que ha muerto y recolocarla en nuestra vida ahora que no está es básicamente el gran trabajo que implica el duelo. Debemos ayudar a nuestros hijos a que compartan sus emociones y recuerdos, siendo nosotros, los adultos, quienes les demos pie a ello con nuestro propio ejemplo. No hablar del fallecido sólo complica nuestro propio duelo y el de nuestros hijos.

Los niños necesitan aprender a expresar lo que sienten y, entre estos sentimientos, está su dolor por la muerte del ser querido. Por ello, van a fijarse en cómo los adultos manifestamos nuestra pena y tristeza. Si lloramos, aprenden que llorar no es malo y que la tristeza aparece en forma de llanto. Si negamos nuestros sentimientos, si no dejamos que nuestros hijos vean nuestro dolor, si fingimos que estamos bien, ellos sentirán que es así como hay que estar. No habrá entonces permiso para estar triste o llorar, lo que hace que el dolor no pueda “salir” y expresarse de forma sana y reparadora. Es importante saber que, mostrando nuestros sentimientos a los niños, les dotamos de herramientas para afrontar su propio dolor. El llanto o la tristeza pueden compartirse, no implican desproteger a nuestros hijos o situarnos en una posición débil, sino todo lo contrario: nos convertimos en un modelo de expresión de sentimientos que ellos desconocen.

En ocasiones puede suceder que, ante la pérdida de un ser querido, los niños reaccionen tratando de negar la realidad, como si realmente no hubieran oído lo que se les acaba de transmitir. Pueden mostrarse entonces más activos y juguetones, o intentar estar alegres en un intento de alejar el dolor. Este comportamiento suele confundir al adulto, que se sorprende al pensar que al niño se muestra insensible o no le ha afectado la pérdida. Sin embargo, esto no es así: el niño está sufriendo, pero éste es el único recurso que ha encontrado para defenderse de un dolor difícil de expresar.

Es importante que no insistamos en que comprendan lo que se les ha dicho en ese momento, porque esta reacción defensiva no tiene por qué significar que no han entendido o no les han afectado nuestras palabras, sino más bien con una dificultad por poder asimilar los hechos. Tendremos que ir muy poco a poco, ayudándoles a afrontar la realidad de la pérdida y a salir de este shock emocional.

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